En el siglo XVI, la invención de la imprenta facilitó el acceso a los libros y, con ellos, al conocimiento. Sin embargo, muchos eruditos de la época se alarmaron ante los efectos de la nueva tecnología. Conrad Gessner, que elaboró una lista todos los libros publicados en el primer siglo tras la invención de la imprenta, decía en 1545 que la abundancia de libros era confusa y dañina para la mente y pedía a reyes y príncipes que tomaran medidas para controlar el guirigay. Más recientemente, en el siglo XIX, se temía que la escolarización agotaría los cerebros infantiles, y, a principios del XX, que la radio distraería a los niños de la lectura. En 1985, Neil Postman, director del Departamento de Cultura y Comunicación de la Universidad de Nueva York, acusaba a la televisión de empujar a la sociedad a la “estupidez colectiva” y de crear un futuro en el que los ciudadanos vivirían en un marco de libertades formales inútiles porque nadie las podría ejercer por puro desconocimiento.
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